2 de septiembre de 2012

Soñar soñando, vivir brillando.


Creo que las horas de sueño pasan factura, pero me apetece seguir un poquito más. Subo escalón a escalón, con los peldaños de madera crujiendo bajo mis pies como si protestasen porque me estuviera adentrando donde hace muchos años que nadie aparece.
Toco techo, y levanto una trampilla pequeñita y poco disimulada, pero con algo muy curioso, sobre ella hay escritas tres palabras: Noches de estrellas.
Consigo ponerme en pie, aunque con algo de trabajo y cuidado, el techo es muy bajo y tiene demasiadas telarañas, aunque en este momento es lo que menos me importa.
Me fijo en la gran sala donde aparezco donde me encuentro una ventana algo antigua y pequeña pero por donde entran los minúsculos rayos de sol que me ayudan a eso de seguir descubriendo. Rayos de sol que dan vida a este pequeño mundo.
Poco a poco avanzo, sin detenerme pero dándome el tiempo necesario para fijarme en cada detalle, en cada recuerdo allí olvidado, para querer saber cual fue la última persona que pisó el lugar donde me encuentro ahora.
Siento gritos desde el final de la escalera de madera, pero no puedo mirar atrás, no puedo detenerme. Escaleras algo ocultas al final de la habitación con mil libros a sus pies; álbumes con no más de veinte fotos cada uno, pero que respiran más historia que mis dieciséis años de edad; cuadros vivos pero olvidados en un lugar que un día respiró alegría, y hoy tan solo derrocha nostalgia por todo lo que se fue y no volverá; decenas de baúles apilados perfectamente en orden de tamaño y colores, aunque estos últimos tan solo son una replica de lo que se supone que fueron al principio, en su época dorada.
Llego al final de la sala, con la escalera apoyada sobre la pared de la izquierda, y miles de libros sobre una estantería olvidados a merced del tiempo. Pero no puedo más, no puedo seguir, algo me llama. Una pequeña caja de madera, que parece que tiene menos años y polvo que todo lo demás, descansa sobre una rústica silla, que me resulta familiar, creo que será sueño, que poco a poco puede conmigo.
Como un pequeño impulso­ abro la cajita de madera y me acerco a la ventana de la sala, donde en un intento de ver algo más descubro una palabra, no muy grande, pero demasiado importante para saber vivir a veces: Brilla.
Dentro, un pañuelo bordado con más amor que maestría, doblado un par de veces con sumo cuidado. Un poco desilusionada me dispongo a sacar el pañuelo de la caja cuando de repente, algo cae, algo suena mientras golpea el suelo; un collar y una carta.
Collar dorado, pero que el paso de los años le pasó factura. Forma de media luna y los finales algo plateados, todo ello imitando a una espiga. Pero claro, el tiempo pasa y ya nada volverá a ser como antes.
Con sumo cuidado me siento en el suelo, donde antes no había ni siquiera mirado, demasiado limpio pero ya no sé si es verdad, o los sueños me están ganando esta batalla.
Con los rayos de sol cayendo sobre la carta, la abro con cuidado y empiezo a leer en voz alta, como si quisiera volver a vivir ese momento, quizás muchos años después.

        
Veinte de enero, pleno invierno, añoranza y melancolía.

- Una noche de estrellas de esas en las que parece que cuanto más fijas la mirada en eso que llamamos cielo, diez estrellas más lucen como salidas de la nada.
Tímidas pero rápidas aparecen las estrellas fugaces, esas que se llevan rápido nuestros deseos y peticiones, con la duda de si llegarán a cumplirse o no.
Las echo de menos, porque este invierno tan solo trae miedos y recuerdos; y aunque los miedos tan solo son metas hechas para superarlas y los recuerdos, vida en pequeños mundos, se añora eso de levantarse cada día sonriendo.
Sé que nada es eterno, es más, todo tiene final pero yo haré que este sea interminable, que este final sea mío. Pero como soy de las que los inicios y finales no son de su agrado, me quedo con el camino por andar, me quedo con lo que tenga que venir, me quedo con las sonrisas de los recuerdos, me quedo aquí pero viviendo.
Estoy muy lejos de las noches broceñas, y quizás esta carta nunca llegue a su destino, pero me gustaría quedar presente que estés donde estés, las noches de ese pequeño paraíso son más que simples noches, son un mundo.

Hasta siempre miedo, hasta dentro de unos años paraíso.

Atte: Siempre tu y vuestra Eme.


Cuando pronuncio la última palabra de repente todo desaparece, los pequeños rayos de sol vuelan hacia otra ventana donde haya algo que contar, la magia de la sala se va, y parece que todo da más vueltas que de costumbre. Y yo me encuentro sola, subiendo escalón a escalón de una escalera de madera que cruje bajo mis pies, como si protestase porque me estuviera adentrando donde hace muchos años que nadie aparece.




Pd. Brozas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

:)