Creo
que las horas de sueño pasan factura, pero me apetece seguir un poquito más.
Subo escalón a escalón, con los peldaños de madera crujiendo bajo mis pies como
si protestasen porque me estuviera adentrando donde hace muchos años que nadie
aparece.
Toco
techo, y levanto una trampilla pequeñita y poco disimulada, pero con algo muy
curioso, sobre ella hay escritas tres palabras: Noches de estrellas.
Consigo
ponerme en pie, aunque con algo de trabajo y cuidado, el techo es muy bajo y
tiene demasiadas telarañas, aunque en este momento es lo que menos me importa.
Me
fijo en la gran sala donde aparezco donde me encuentro una ventana algo antigua
y pequeña pero por donde entran los minúsculos rayos de sol que me ayudan a eso
de seguir descubriendo. Rayos de sol que dan vida a este pequeño mundo.
Poco
a poco avanzo, sin detenerme pero dándome el tiempo necesario para fijarme en
cada detalle, en cada recuerdo allí olvidado, para querer saber cual fue la
última persona que pisó el lugar donde me encuentro ahora.
Siento
gritos desde el final de la escalera de madera, pero no puedo mirar atrás, no
puedo detenerme. Escaleras algo ocultas al final de la habitación con mil
libros a sus pies; álbumes con no más de veinte fotos cada uno, pero que
respiran más historia que mis dieciséis años de edad; cuadros vivos pero
olvidados en un lugar que un día respiró alegría, y hoy tan solo derrocha
nostalgia por todo lo que se fue y no volverá; decenas de baúles apilados
perfectamente en orden de tamaño y colores, aunque estos últimos tan solo son
una replica de lo que se supone que fueron al principio, en su época dorada.
Llego
al final de la sala, con la escalera apoyada sobre la pared de la izquierda, y
miles de libros sobre una estantería olvidados a merced del tiempo. Pero no
puedo más, no puedo seguir, algo me llama. Una pequeña caja de madera, que
parece que tiene menos años y polvo que todo lo demás, descansa sobre una
rústica silla, que me resulta familiar, creo que será sueño, que poco a poco puede
conmigo.
Como
un pequeño impulso abro la cajita de madera y me acerco a la ventana de la
sala, donde en un intento de ver algo más descubro una palabra, no muy grande,
pero demasiado importante para saber vivir a veces: Brilla.
Dentro,
un pañuelo bordado con más amor que maestría, doblado un par de veces con sumo
cuidado. Un poco desilusionada me dispongo a sacar el pañuelo de la caja cuando
de repente, algo cae, algo suena mientras golpea el suelo; un collar y una
carta.
Collar
dorado, pero que el paso de los años le pasó factura. Forma de media luna y los
finales algo plateados, todo ello imitando a una espiga. Pero claro, el tiempo
pasa y ya nada volverá a ser como antes.
Con
sumo cuidado me siento en el suelo, donde antes no había ni siquiera mirado,
demasiado limpio pero ya no sé si es verdad, o los sueños me están ganando esta
batalla.
Con
los rayos de sol cayendo sobre la carta, la abro con cuidado y empiezo a leer
en voz alta, como si quisiera volver a vivir ese momento, quizás muchos años
después.
Veinte de enero, pleno invierno,
añoranza y melancolía.
- Una noche de estrellas de esas en
las que parece que cuanto más fijas la mirada en eso que llamamos cielo, diez
estrellas más lucen como salidas de la nada.
Tímidas pero rápidas aparecen las
estrellas fugaces, esas que se llevan rápido nuestros deseos y peticiones, con
la duda de si llegarán a cumplirse o no.
Las echo de menos, porque este
invierno tan solo trae miedos y recuerdos; y aunque los miedos tan solo son
metas hechas para superarlas y los recuerdos, vida en pequeños mundos, se añora
eso de levantarse cada día sonriendo.
Sé que nada es eterno, es más, todo
tiene final pero yo haré que este sea interminable, que este final sea mío.
Pero como soy de las que los inicios y finales no son de su agrado, me quedo
con el camino por andar, me quedo con lo que tenga que venir, me quedo con las
sonrisas de los recuerdos, me quedo aquí pero viviendo.
Estoy muy lejos de las noches
broceñas, y quizás esta carta nunca llegue a su destino, pero me gustaría
quedar presente que estés donde estés, las noches de ese pequeño paraíso son
más que simples noches, son un mundo.
Hasta siempre miedo, hasta dentro de
unos años paraíso.
Atte: Siempre tu y vuestra Eme.
Cuando
pronuncio la última palabra de repente todo desaparece, los pequeños rayos de
sol vuelan hacia otra ventana donde haya algo que contar, la magia de la sala
se va, y parece que todo da más vueltas que de costumbre. Y yo me encuentro
sola, subiendo escalón a escalón de una escalera de madera que cruje bajo mis pies,
como si protestase porque me estuviera adentrando donde hace muchos años que
nadie aparece.
Pd. Brozas.